Tan maravillosa como desgarradora. Sin Nombre es la clase de película que te hace decir “está buenísima”, "qué peliculón", aunque no sin pagar un precio: la historia que relata es dolorosa e intensa, pero también muy humana. Una crónica de migración, un relato de amor ingenuo, una road movie transmexicana, una tragedia que rehuye a la complacencia. Abre tu corazón, aprieta el estómago y, por favor, no te la pierdas.
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Cuando terminó la proyección de Sin Nombre, de verdad quería aplaudir, y muy fuerte. Pero el agujero que había dejado la película en mi pecho era más grande que mi voluntad de ovacionar lo que acababa de ver. ¿Cuántas veces, cada día, se repite la historia de Sin Nombre? ¿Cuánto vale llegar a los Estados Unidos, cruzar la frontera como ilegal? No en dinero, sino en sangre, sudor y muerte. La opera prima del norteamericano Cary Fukunaga, producida por Gael García y Diego Luna, es palabras mayores dentro del cine de migrantes: es honesta, respetuosa y rehuye a los estereotipos. Además, es entretenida, está bellamente filmada, posee actuaciones de carácter casi olímpico y un ritmo trepidante que no te deja quitar los ojos de la pantalla.
Ganadora de los premios al Mejor Director y la Mejor Fotografía en el Festival de Sundance, la película relata la historia de Casper (Flores), un militante de la Mara Salvatrucha cuyo destino se cruza con el de Sayra (Gaitán), una hondureña que pretende llegar a los Estados Unidos atravesando México sobre un vagón de tren. Tan distintos como son, el azar los pondrá en el mismo camino, una ruta que no es ajena al dolor y la atrocidad, pero tras la cual esperan reencontrar una chispa de esperanza.
Una coproducción mexicana y estadounidense que, desde ya, es una de las películas del año. •••••
Sin Nombre. De Cary Fukunawa. Con Édgar Flores, Paulina Gaitán, Kristian Ferrer, Tenoch Huerta, Diana García y Luis Fernando Peña. México-Estados Unidos, 2009.
Foto: UNIVERSAL PICTURES
